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OPINIÓN

ENCUENTRO Y PERCEPCIÓN EN EL ARTE DE JULIO LAMBERT ORTIZ 

Parte primera

Texto: Manuel Montilla                                                                                                              

 Pinturas: Colección Fundación para las Artes Montilla e Hijos

 

A inicios de los años ’60, en una conversación entre Georges Charbonnier y el etnólogo Claude Lévi-Strauss, Charbonnier afirma: “…de manera general, el que secreta la cultura, sea hombre de ciencia, sea artista o intelectual por todos conceptos, no tiene interés en nuestra sociedad. Y no solamente no tiene interés, sino que se desconfía de él; el resto de la nación ⸻el resto del grupo más bien⸻ desconfía de él…” 

Por su parte, Lévi-Strauss, más adelante, en la misma plática anota: “…lo que importa no es lo que el artista piensa, sino lo que hace. Si no fuese ese el caso, no tendría necesidad de escribir poemas, o música o de pintar cuadros. (…) Lo importante es lo que hacen y no lo que creen hacer.”

La pintura no figurativa permite, a artista y espectador, encontrar un vínculo interior hacia posibilidades expresivas y de concepto que en buena manera proporcionan expectativas pluridimensionales. De suerte tal que la potencialidad de los componentes formales y técnicos de la obra entretejen una plural gama de sensaciones, concientes o no, que vinculan la acción perceptiva a elementos subjetivos, insertando motivaciones no concientes y que personalizan la develación tanto de lo observado como del criterio de aceptación del planteamiento pictórico.

“Esta pintura da perfecto testimonio de nuestro tiempo, que es el de una completa reorganización de los sistemas intelectuales y, por consiguiente, de los sistemas estéticos. Pero también invoca al porvenir: al negarse a representar un mundo acabado, tanto su ya resuelto pasado como su incertidumbre actual, presenta y presiente, como a tientas, lo que sin duda será nuestra nueva situación en este lugar sin reposo que es el universo.” – anota Jean-Clarence Lambert en su ensayo Pintura Abstracta (Editions Rencontre Lausanne, Paris, 1966).

La abstracción no se instaura con los experimentos pioneros y escritos teóricos del ruso Kandinsky y de la aportación gráfica de la sueca Hilma af Klint; nace con el hombre y su necesidad de infinito, de ver más allá del horizonte, de atisbar allende los astros, de encontrar en sí el vínculo con la Creación, de concebirse como un creador en sí mismo. 

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En su obra Du Spirituel dans l’Art, el pintor ruso afirma “La verdadera obra de arte nace del artista, creación misteriosa, enigmática, mística. Se desprende de él, adquiere una vida autónoma y se convierte en una personalidad, en un tema independiente, animado por un hilo espiritual: el tema que vive una existencia real – un ser -.” 

Y agrega, Kandinsky: “(el artista) debe empezar por reconocer los deberes que tiene para con el arte y, por consiguiente, para consigo mismo.” Para concluir: “Debe trabajar sobre sí mismo, profundizarse, cultivar su alma y enriquecerla, a fin de que su talento tenga algo que cubrir y no sea el guante perdido de una mano desconocida: la vana y vacía apariencia de una mano. El artista ha de tener algo que decir. Su tarea no consiste en dominar la forma, sino en adaptar esta forma a su contenido.”

JULIO LAMBERT ORTIZ (1946-2002), pintor, escultor, poeta, constructor de mundos cromáticos y de formas orgánicas texturológicas, nació en la ciudad de Colón, Panamá, y su periplo terrenal le llevó a las tierras costarricenses donde forma familia y labora, con denuedo, tanto en su obra como en esa perseverancia altruista que le distinguió de siempre: ser vínculo confraternal entre los artistas de Centro América, Costa Rica y Panamá.

Finalizando los años ’60 encontramos a JULIO en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (Panamá), donde de suerte fragmentaria absorbe técnicas y directrices que pronto abandona en pos de una investigación sustentada en lo matérico, entre el Arte Brut y un gestualismo expresionista, muy rico en texturas. Es un enfoque duro, sin concesiones, que de paso le lleva a otras técnicas como la fotografía y a unos primeros conatos escultóricos. Son años difíciles para el artista, en lo personal y económico, quien denodadamente busca un norte en el arte y sólo encuentra la pared de la indiferencia cultural en un país que se asfixia en sus propias falencias creatrices.

Para el ’69, Julio Lambert Ortiz, expone en colectivas en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) y en Panarte. En el ’70 participa en colectivas en La Casa del Arte, entonces agresivo y emergente centro de confluencia de voluntades en pos de un arte a la vez nacional y entroncado en la historia activa de occidente. 

La Universidad Santa María la Antigua y el DEXA de la Universidad de Panamá acogen sus creaciones en 1972. En 1975, realiza una muestra individual en La Casa del Arte donde predomina un trabajo ingente con los colores terrosos, azules y en general una paleta oscura y, de propósito, algo sucia. 

Su figuración grotesca, en alguna medida emparenta con la del pintor español Francisco Mateos  de cuya postura anota Manuel García Viño (y que bien podríamos transferir a nuestro Julio): “evolucionador continuo dentro de una misma línea, la suya; artista puro, negándose a realizarse, a ser, por otros medios que no sean los de sus pinceles, los de sus colores, los de sus problemas plásticos; poseedor, en fin, de un mundo personal, dentro del cual es dueño y señor, y fuera del cual no le importa lo que ocurre, ni si le miran, ni si le entienden.”

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En este ’75 realiza murales en el Centro de Salud Magaly Ruiz de la Chorrera, los cuales son inaugurados por el presidente de la República en turno. Valdría la pena preguntarse si todavía existen y en que condiciones están. Conociendo el devastador amor de todos nuestros gobernantes, del entorno y de los administradores de la cultura en nuestro país por el arte, a todas luces, huelga esta interrogante.

En el horizonte cercano esperan a Julio Lambert Ortiz la aventura costarricense, el gran amor, el trabajo feraz, el ansia inconmensurable y el encuentro consigo mismo. 

Cual anota Camus en su texto: El exilio de Helena. “…el sentido de la historia de mañana no es aquel que se cree. Está en la lucha entre la creación y la inquisición. Pese al precio que hayan de pagar los artistas por sus manos vacías, se puede esperar su victoria. Una vez más, la filosofía de las tinieblas se disipará por encima del mar destellante.”

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JULIO LAMBERT ORTIZ, nace en la Ciudad de Colón, República de Panamá en 1946 y fallece en la Ciudad de San José, Costa Rica, el 07 de junio de 2002. 

Julio Lambert Ortiz fue miembro internacional de la Pinacoteca de Arte Contemporáneo de Chiriquí, con la cual participó en numerosas muestras colectivas en diversas provincias de la República de Panamá y en algunos puntos de Centroamérica. De igual fue colaborador activo de la Fundación para las Artes Montilla e Hijos y del Grupo de Artistas de Azuero liderado por Raúl Vásquez Sáez.

Con el Grupo ÑÜWÓ Internacional (fuego en lengua Ngäbe), conformado por Raúl Vásquez Sáez, Migdelia Acosta Ledezma, Julio Lambert Ortiz, Gilberto Aquino Pérez, César Castilla Lino y Manuel E. Montilla, tuvo parte destacada en la Acción de Arte ÑÜWÓ que en septiembre de 1985 se llevó a cabo en la Galería de Arte Jorge Debravo, ubicada en Cuesta de Mora, San José, Costa Rica, en rescate de la fraternidad cultural y en denuncia contra la burocracia estatal.

Lambert fue pintor, escultor y poeta, y cumplió un importante rol como gestor cultural en las relaciones entre Mesoamérica, Panamá y Costa Rica. Su obra plástica se destaca por sus texturas matéricas y por su fuerza cromática. Eminentemente abstracto, sus pinturas y esculturas fueron muy apreciadas por la crítica y los coleccionistas de ambos países

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